lunes, 24 de junio de 2013

Forma de vida en Buenos Aires

Comencemos con un relato.


Rosa Anna y su familia en el conventillo

La habitación en la que se instalan Giuseppe, Amalia, Rosa Anna y los
niños tiene tres camas, una mesa pequeña y un armario. Rosa Anna
comparte la cama con Julia. En la pieza de al lado vive un matrimonio
italiano; zapatero el marido, cocinera la mujer. En la de enfrente vive otra
italiana, viuda, con cinco hijos; en la pieza que está subiendo la escalera
dicen que viven tres vendedores ambulantes italianos, pero todos
sabemos que por las noches vienen otros ocho a tirar sus cuerpos
cansados sobre dos miserables mantas.
Los chicos están deslumbrados con el tamaño de la casona y la cantidad
de gente que circula todo el tiempo por pasillos y patios. Pero tanta gente
junta compartiendo baños, canillas y sogas para la ropa trae algunas
complicaciones. Para cocinar, Amalia y Rosa Anna tienen que usar el
brasero del patio, turnándose con los vecinos. En la habitación no hay
piletas ni baño, así que hay que organizarse para usar los baños y las
piletas colectivos. Amalia tiene calculados los horarios en que el baño
del fondo está desocupado. Giuseppe se levanta a las cinco en invierno
y usa el baño un rato antes que los otros hombres que van a trabajar.
A las seis de la mañana, es posible ver a Rosa Anna y a Amalia caminando
rapidito hacia el fondo con los elementos de higiene para el lavado diario.
A las seis y media, es el turno de los niños. A veces los cálculos fallan: hay
que hacer cola y esperar un largo rato hasta que el baño se desocupe.
Por eso no es cuestión de andar con el tiempo justo.
Después del aseo obligado, a Julia y a Francisco les queda un buen rato
para el desayuno y para ir a la escuela. En la ciudad ya no tienen
que caminar tanto como en el pueblo: la escuela queda a la vuelta
del conventillo. Llegan en unos pocos segundos.
Por la tarde, desde que los chicos vuelven de la escuela hasta las siete
y media, hora en que se los manda a dormir, en el conventillo reina la
algarabía: algunos gritan, otros juegan, corren, lloran o llaman a los gritos
a su madre. A veces, el lío llega a ser tan grande que tiene que intervenir
el policía de la esquina. ¡No es para menos: en el conventillo viven más
de cien niños!
Pero, en el conventillo, no todo son problemas o dificultades. Muchos
de los habitantes de esta gran casona son italianos o hijos de italianos.
Giuseppe, Amalia y Rosa Anna pueden entenderse con sus vecinos.
¡Y también están las fiestas! En esos días, el patio de empedrado y tierra,
cruzado por sogas repletas de ropa tendida, se ve más alegre y pintoresco.
La fiesta suele comenzar con conversaciones amigables entre vecinos,
los niños como siempre entre gritos y correrías, pero ya no tan molestos
como en los días de trabajo. Más tarde, la música y el baile de cada tierra
ganan el patio del conventillo y se quedan hasta el anochecer, momento
en el que los instrumentos callan y las familias vuelven a sus piezas a
descansar para reiniciar las labores al día siguiente.

Fuentes: La Prensa, 8 de setiembre de 1901, en Suriano, Juan, La huelga
de inquilinos de 1907, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983;
Recalde, Héctor, “La vivienda popular en Buenos Aires (1870-1930)”,
en Todo es Historia, No 320, Buenos Aires, marzo de 1994

¿Como será vivir en un conventillo?


Algunas imágenes.





Para pensar:


  • ¿Cuáles son los sitios que comparten los habitantes del conventillo?
  • ¿Cuáles son los lugares de la vivienda donde pueden producirse problemas entre los inquilinos? ¿Por qué?
  • ¿Cuántas habitaciones observan?
  • ¿Cuántos niños habitan -según el relato- el conventillo?
  • ¿Qué hacen los chicos cuando llegan de la escuela?

Les propongo observar este video.


Comenten como si fueran los inquilinos que realizan las listas de reclamos.

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